Islas Cook: La perla escondida del Pacífico Sur

La belleza volcánica,  naturaleza virgen y los encantadores locales son algunas de las razones que me animaron a describir este país.

Decidí llegar aquí porque fue el lugar donde se me ocurrió celebrar mi cumpleaños. Porque quería playa. Porque quería un lugar remoto. Porque quería estar sola. Porque quería algo distinto.

Para saber donde quedan las Islas Cook hay que ampliar mucho la imagen en Google Maps porque de lo contrario no se ven, pero ahí están, alejadas de casi todo, en medio del Pacífico sur. Allí estuve.

Estuve donde la gente no tiene prisa. Donde la vida se vive en short y vestidos coloridos. Donde las flores son un accesorio personal. Donde se baila al ritmo de los tambores. Donde hay palmeras en cada esquina. Donde los scooter son el medio de transporte. Donde no hay semáforos. Donde no se usa cinturón de seguridad. Donde el mar está separado por una impresionante barrera de coral. En donde la gente luce como Maui en la película de Moana. Donde no hay McDonalds´s ni Subway. Donde todos te sonríen. Donde todos te dicen Kia Orana.

Si me preguntaran por un lugar remotamente hermoso, respondería de inmediato. Las Islas Cook, son un archipiélago de la Polinesia conformada por 15 islas, a medio camino entre Nueva Zelanda y Hawái.

Rarotonga, su isla más poblada y donde pasé mi estancia, tiene solo 32 km de circunferencia y 40 minutos en carro son suficientes para recorrerla.

Con una diversidad de paisajes, planes de ocio, alojamientos, restaurantes, no importa dónde uno esté o que quiera hacer, toda la isla es un resort con opciones.

Sus playas deslumbrantes

Apenas aterrizaba en el avión, pude ver las aguas cristalinas y las playas de ensueño. El agua en cualquier punto es tan transparente que casi se puede ver el reflejo de las palmeras que crecen en la orilla.

La zona de baño por excelencia es Muri Lagoon, una laguna bordeada de arrecifes de coral y de aguas cristalinas. Es famosa por la práctica de actividades acuáticas como el buceo, snorkel o surf.

Además pude nadar con tortugas, uno de los planes insignia de la isla y que está a cargo de compañías locales que garantizan el cuidado de estas especies. Justo ese día era mi cumpleaños y otro de mis auto-regalos era esta actividad. Pocas experiencias en la vida son tan memorables como la oportunidad de verlas y nadar entre ellas. Las tortugas por lo general son tímidas, pero algo curioso que me pasó es que mientras nadaba, una de ellas se me acercaba con muchas frecuencia, yo trataba de evitarla, para no molestar su espacio personal, pero ella seguía. Algo la atraía a mí. Salí a la superficie a respirar y cuando bajé de nuevo, ella estaba ahí esperándome. Esta vez no la evité y me acerqué para verla más detalladamente. Extendí mi mano como para decirle “hola amiguita”, a lo que ella reaccionó chocando su aleta con mi mano. Se sintió raro. No sé qué pasó ahí, pero quiero pensar que ella me estaba dando un mensaje, me estaba aceptando en su casa y, de alguna forma sentí que me felicitó por ser mi día especial, (nadie lo había hecho durante el día, así que lo sentí como un abracito al alma)- ella siguió nadando y desapareció de repente entre la infinidad del mar.

Cultura deslumbrante

Hay algo magnético en las islas que hizo que me fascinara: la cultura. Una razón que bien vale el viaje y que deja a los viajeros enamorados de las tradiciones maorí de las islas, en la que los mismos cookianos han defendido siempre su cultura dando lugar a mitos y leyendas desde su origen.

Con mis ganas de conocer un poco más de esta cultura polinesia asistí a un show cultural “Island Night” en la que pasé, podría asegurar, el momento más sublime de mi estadía. Llegué a eso de las 7:00 p.m al lugar y la experiencia inició con un delicioso y generoso bufet en el que probé las delicias de la gastronomía local. Luego de algunas bebidas y postres, inició el espectáculo. Los lugareños se sienten tan orgullosos de sus raíces que durante el show comparten su emocionante historia a través de la música, el canto y la danza. Los hombres pisan, gesticulan y chocan las rodillas, mientras que las mujeres mueven con sensualidad sus caderas.

No es raro ver que inviten a los turistas a unirse a ellos en una fiesta. Y efectivamente esto pasó, terminé en tarima bailando ritmos polinesios con un grupo de cookianos muy simpáticos que en su idioma me invitaban a gozar en medio de desconocidos.

Disfruté mucho las sonrisas en sus caras que mostraban ese amor por lo propio, por compartir su identidad y honrar con orgullo su hermosa cultura ante los turistas que con embelesamiento y respeto observábamos sus tradiciones.

La hospitalidad y alegría a flor de piel

Los habitantes de las Islas Cook son personas alegres, serviciales y con una energía que facilita el relacionarse con viajeros y compartir sus tradiciones y estilo de vida.

Un ejemplo de eso es Penina, una taxista que me transportó casi todo los días y quien me respondía las miles de preguntas que siempre tenía. Una alegría desbordante, una personalidad arrolladora hicieron que nos las lleváramos tan bien, al punto de que me prometió que me visitaría en Colombia algún día. Intercambiamos nuestras cuentas de Facebook como con el convencimiento de que en efecto nos encontraríamos nuevamente. Esas genuinas conexiones son las que hacen que este tipo de aventuras se disfruten más.

De cualquier manera, sea que alguien quiera escalar la cima de un pico volcánico, explorar las cristalinas aguas turquesas, nadar con tortugas y mantarrayas, probar la gastronomía local; es casi dar por sentado que cualquiera que visite las islas disfrutará de este escondido paraíso tropical. Creo que Rarotonga es un lugar que se define por sí misma sin caer en paralelismos con otras islas paradisíacas del mundo que nada tienen que envidiarle a destinos poco frecuentados como este. Y si alguien está buscando descanso, relajación, placer, pero también aventura y muchas actividades para estar conectado con la naturaleza, que no lo piense dos veces y se vaya para las Islas Cook.

Luego de cinco días, mi aventura culminó. Fueron unos días muy felices, pero al mismo tiempo raros para mí. Como que no me las creo que haya estado en ese lugar. Como que no me las creo que estuve en ese remoto destino sola. Que estaba feliz por mi cuenta, pero como que algo- o alguien, me faltó. Que estaba feliz, pero al mismo tiempo triste porque no pude visitar otras islas alrededor. Que estaba feliz, pero también fastidiada por que había llovido mucho. Que estaba feliz de irme, pero al mismo tiempo no quería irme del resort donde me atendieron de maravilla. Que estaba triste por dejar el clima veraniego delicioso, y volver al frío neozelandés, pero a la vez feliz de irme porque ya estaba harta de repetir ropa.

En definitiva, fue un gran auto regalo. Siento que me fuí agradecida y diferente. Segura y contenta. Me fui como cuando uno no se quiere ir. Me fuí más segura de mi. Confiada en que en que habrá que volver, en que tengo que volver con los que amo. Me fui porque tocó, pero con la completa claridad de que este tipo de destinos me recuerdan que esta vida es para celebrarla -o celebrarse-.

Si quieres ver un mini recuento en video de lo que fueron estos días, lo puedes ver aquí:

Gracias por llegar hasta acá.

Dori ✨

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